La experiencia nacida hace un par de años al amparo de este taller* como una simple anécdota o nueva rutina, pasó a convertirse
rápidamente en una necesidad vital. Al ver por primera vez a esos
seres que me miraban con cierto temor o desconfianza, una parte de
mí, acostumbrada al desencanto y la incertidumbre, dio paso al más
sincero y entrañable de los afectos que me ha tocado en suerte
vivir. Estos hombres se presentaban como espejos, como espejos
reflejando mi pobreza, mi ignorancia, mi soledad. Pero a la vez algo
en ellos, un murmullo quizás, un lamento visceral me hacía continuar
hasta esa puerta que era imperioso, urgente abrir, para entrar a un
mundo donde yo era el extraño, el invasor.
Pasaron las semanas y ese temor se convirtió en sonrisa y la
desconfianza se fue a otra celda castigada a perpetuidad, y las
palabras que tímidamente se pronunciaban en secreto comenzaron a
llenar el aire y la memoria.
Y supieron de un poeta, que como ellos, dejó su sombra y su sangre
en las cárceles de Alicante, y conocieron a otro que entre arañas y
barrotes, soñaba con molinos de viento y doncellas azules, y otro
que llevaba una boina gris y el corazón en calma, y otra que
escondía en su equipaje el aura de todas las cordilleras.
Cuántos cerrojos para llegar a una sala pequeña, a una pieza dormida
donde un puñado de almas se descolgaban del frío, del luto de sus
huesos para acompañarme en un viaje infinito, en un vuelo imaginario
que en las alas guardaba un arcoiris, un racimo de versos y de
sueños que perdurarán para siempre en el recuerdo de otros cielos y
amaneceres golpeados.
En este atroz capitalismo, unos cuantos que se yerguen y disfrutan
del poder, inventan pequeñas falacias para otros, pequeños mitos
donde irrumpen como añejos superhéroes, con su capa agusanada, con
su espada infeliz, repartiendo el castigo sobre aquellos que no
sirven o que ponen en jaque los oscuros intereses de su enferma
vanidad. En este contexto, organismos como Paz Ciudadana y otros más
siniestros tal vez, que sancionan y condenan lo que amenaza sus
eternos privilegios, son los mismos responsables de un sistema
insensible, donde la desigualdad económica hondea como una bandera
de la impunidad y la vergüenza. El dinero impone las reglas, el
dinero impone justicia, el dinero acecha la dignidad de los
marginados, los acorrala, los extermina.
¿Quiénes son delincuentes ahora? ¿Son los rostros del olvido? Los
oyen, los oyen detrás de los muros y de las rejas, los oyen
estrellarse como abejas ciegas contra la soledad, son ellos, allí
están, allí están como viejas levaduras que fermentan sobre el odio
y la indiferencia, los oyen, los sienten, los ven, miren sus ojos,
miren sus canas, miren el polvo de sus arrugas, miren sus heridas
florecer más allá del horizonte, son ellos, son ellos.
* Se refiere al taller de literatura que dirigió en la prisión de Maule.
Prólogo al libro "Los Rostros del Olvido"
Taller de literatura carcelaria
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